martes, 1 de enero de 2013

Año Nuevo


Y en los últimos cinco minutos antes de escuchar el repicar de las campanas no podemos evitar volver la cabeza echando una rápida y furtiva mirada a todo aquello que creemos dejar atrás. Una mirada a todos aquellos momentos duros que superamos y con los que nos hicimos más fuertes, a los buenos momentos, a aquellos que nos han acompañado, a los que se van, a los que se quedan, a los que se han ido pero que permanecerán en nuestro corazón de forma perenne como la hoja del ciprés, y sobretodo, a nuestros pequeños tesoros. Aquellos momentos que son solo nuestros, nuestros y de alguien más, pero nosotros nos los hemos apropiado y los mantenemos en nuestro interior, como si se tratara del secreto mejor guardado, escondiendo el mapa de la isla perdida en una botella que hemos tirado al mar para que no sea encontrada. Así, mientras intentamos no atragantarnos con las uvas se va preparando la mezcla de emociones que estalla tras el sonido que producen las copas al brindar por el año que llega. Entonces se entremezclan en el aire la melancolía y la esperanza, jugando un pulso invisible para ver quién ganará esta vez, si la melancolía por el tiempo que pasa, por aquello que dejamos atrás o la esperanza de que con el nuevo año las cosas saldrán mejor. Finalmente, ambas emociones quedan igualadas, pues la vida no es más que dejar atrás para seguir hacia adelante. Pero a veces, olvidamos que todo aquello que creemos abandonar sigue con nosotros porque la vida no es más que un cúmulo de experiencias, confluencias y situaciones y todas ellas, todo nuestro pasado, es lo que nos hace ser quien somos hoy, alguien que a pesar de todo mantiene la esperanza en el futuro.