viernes, 25 de enero de 2008

Buenas noches Madrid

Ella creía ser feliz. Reía sin parar. Una risa vacía de sentimientos, monótona. Y aquellos polvos mágicos que le hacían volar...
Fueron transcurriendo las horas y la gente se iba con el avance del sol.
Ella se quedó sola.
Vio una caja con caramelos que se tomó a golpes de Martini.
Sus ojos se cerraban y su cuerpo se dormía, sus labios pronunciaron una frase que nadie escuchó.

- Buenos noches Madrid.

martes, 15 de enero de 2008

Creo

Cuando todo pierde el sentido, cuando las incongruencias forman una montaña que tu debes escalar, todo parece imposible. Pero hoy te he visto. Creí ver el brillo de tus ojos, creí verte sonreír, creí sentir que tu también lo sentías, creí volar a tu lado, y de tanto creer, salté y caí.

miércoles, 9 de enero de 2008

Me crucé con el amor

El otro día pasaste junto a mi. Nos cruzamos, y nuestras miradas fueron una sola durante unos instantes. Instantes mágico que me elevaron hasta tocar el cielo. Por fin vi tu rostro. Después cada uno siguió con su camino, sin mirar atrás, sin volver la cabeza para ver al otro, pero sabiendo que nos habíamos encontrado y que nos volveríamos a cruzar.

lunes, 7 de enero de 2008

A través del espejo

Hoy tan solo os voy a contar la historia de una estrella, la más bella y brillante de todas. Una estrella que descubrió su reflejo en el océano, y empezó a mirarse, y a acercarse más y más. Quienes la querían, gritaban, lloraban, sufrían, querían detenerla, pero ella no escuchaba, pues lo que veía reflejado la tenía hipnotizada. Cuando estuvo bien cerca, pudo ver su reflejo con claridad. Vio una flor hermosa, aquello que quería llegar a ser... Y un buen día se acercó tanto, que cayó al océano y el agua la apagó... Nunca más se supo de ella, pero dicen que en el fondo del océano hay un lugar lleno de rosas, que fueron estrellas que cayeron en el mar.

domingo, 6 de enero de 2008

¿Crees en las hadas?

Era de noche. Paseaba por el bosque bajo las estrelles con los rayos de luna iluminando mi camino. Encontré aquel árbol mágico, milenario, lleno de sabiduría, y me senté en sus raíces cobijado por aquellas enormes ramas.
Entonces una lucecita se acercó a mi. Abrí la palma de la mano y ahí se posó una pequeña hada. Me miró fijamente y me sonrió, y yo vi el cielo y encontré la paz…
Me habló, me susurró al oído y me hechizó con sus palabras llenas de amor y ternura. Finalmente caí en un sueño profundo.
Los rayos de sol penetraron a través de mis párpados y desperté en mi cama. ¿Había sido un sueño? Pero fue tan real…
Pasó el día. Como cualquier otro. La rutina de mi vida. Cayó el sol y cansado me acosté.
Era de noche. Paseaba por el bosque bajo las estrellas con los rayos de luna iluminando mi camino. Volví a encontrar aquél árbol, y ella volvió a mi. Era todo tan real…
Pasamos muchas noches juntos. Hablando, jugando, divirtiéndonos… Y yo seguía sin saber si aquello era sueño o realidad.
Pasó el tiempo, y yo crecí. Una noche me acosté. Y ya no paseé por el bosque, no volví a encontrar a aquél árbol, nunca volví a saber de ella… Me había hecho mayor.
Ahora mis días se apagan y salgo a pasear. Hace poco me acerqué al bosque. Estaba anocheciendo y yo absorto en mis pensamientos encontré aquél árbol mágico, y entonces ella volvió. Me preguntó porque la había abandonado. Me preguntó si a caso había dejado de creer en ella y yo no supe que responder. Pasamos la noche juntos, recordando viejos tiempos. Amanecía. “Al menos has venido a despedirte. Te echaré de menos.” Dijo. Y desapareció entre los árboles.
Los rayos de sol penetraron a través de mis párpados… Pero esta, vez no desperté.
Me dormí eternamente y creí en las hadas…

viernes, 4 de enero de 2008

Nunca Jamás

Cada noche en mis sueños volaba. Volaba hacia aquella estrella que me llevaba a un mundo nuevo, a un mundo que Nunca Jamás pude imaginar.
Nos conocimos un día normal, en un mundo de sueños, donde éramos felices. Soñábamos juntos cada noche, nos alejábamos del día a día. Lejos del tic-tac del reloj que nos anunciaba el paso del tiempo… El tiempo, aquél que nos hacía mayores a marchas forzadas, a cada segundo, empujándonos a un mundo lleno de decisiones, obligándonos a entrar en un mundo de adultos del que queríamos huir pero nos era imposible.
Las agujas del reloj corrieron, y el tiempo, los días, los meses y los años, con él. Pero nosotros seguíamos teniendo nuestros sueños. Siempre nos quedaría aquella estrella que Nunca Jamás nos dejaría crecer, aquél sitio donde siempre seríamos niños, donde seríamos felices viviendo aventuras inimaginables, rodeados de todo aquello que jamás hubiéramos pensado.
Recuerdo que ahí éramos felices, y nuestra felicidad quedaba reducida a una leve sonrisa de añoranza surgiendo con el sol. Y cada día, esperábamos con impaciencia que cayera la noche, a la que dábamos la bienvenida tras su llegada anunciada por aquella campanilla que nos devolvía la felicidad. Entonces al escuchar aquel leve sonido, el tiempo se detenía. Viajábamos juntos por el cielo, a través de las estrellas, hacia nuestros sueños.
Pero un día desperté, y él ya no estaba a mi lado. Se fue sin dejar rastro. La otra mitad de la cama estaba vacía, y este vacío llenó mi soledad. Olvidó despertar. Ahora estaba en otro mundo, donde sería feliz, donde sus sueños serían eternos. Se quedó en aquella estrella que nos hizo soñar, se quedó esperando a que llegara para compartir nuevas aventuras.
Traté de encontrarle. Cada noche volaba por el cielo buscando aquella estrella, pero no lograba recordar. Y el reloj siguió avanzando. Yo perdí mis sueños. Y tras largas noches aburridas, tras largos años de infelicidad, un buen día, el sol me acarició la cara, pero mis parpados no se abrieron. Al caer la noche, volví a volar… Encontré una estrella que brillaba con gran intensidad, y ahí estaba él, preguntándome porque había tardado tanto. Sólo sonreí, y entré en aquél mundo de nuevo, pero esta vez para no volver Nunca Jamás.

jueves, 3 de enero de 2008

El chico sin nombre

Érase una vez un chico. Érase una vez una vida, un camino por recorrer. Y él andaba solo. Paseando por las calles de aquella ciudad sin color. Calles antiguas que guardaban secretos, calles que ahora eran su casa.
Sentado en una plaza, veía a la gente pasar. Rostros fugaces, y caras conocidas que le saludaban con amabilidad. Y en la plaza, un tesoro. Una fuente con monedas llenas de esperanza y deseos por cumplir.
Y volvía a andar. Deambulando por las calles, queriendo encontrar su lugar. Sin pasado, sin futuro, sólo en el presente. Sin pensar, sin recordar, perdido en las calles del olvido, perdido en la ciudad sin color.
Regresó a la plaza y se sentó junto a la fuente. Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas por un recuerdo ausente. Lágrimas en soledad de una vida olvidada, de un camino perdido sin principio ni fin. Una dulce niña se acercó al chico. “¿Por qué lloras?”, le preguntó. Él levantó la mirada y al ver a aquél dulce ángel su corazón se enterneció. “Porque no recuerdo mi nombre”, respondió. “Mi mamá me dijo que lo importante no es quien eres si no como eres”. Él se sorprendió, y entonces tuvo claro que aquella niña era un ángel que le iluminaba el camino. Sonrió. “¿Quieres jugar conmigo?”. Ella le tendió la mano y él se fue con ella. Así, finalmente, encontró su lugar.