jueves, 3 de enero de 2008

El chico sin nombre

Érase una vez un chico. Érase una vez una vida, un camino por recorrer. Y él andaba solo. Paseando por las calles de aquella ciudad sin color. Calles antiguas que guardaban secretos, calles que ahora eran su casa.
Sentado en una plaza, veía a la gente pasar. Rostros fugaces, y caras conocidas que le saludaban con amabilidad. Y en la plaza, un tesoro. Una fuente con monedas llenas de esperanza y deseos por cumplir.
Y volvía a andar. Deambulando por las calles, queriendo encontrar su lugar. Sin pasado, sin futuro, sólo en el presente. Sin pensar, sin recordar, perdido en las calles del olvido, perdido en la ciudad sin color.
Regresó a la plaza y se sentó junto a la fuente. Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas por un recuerdo ausente. Lágrimas en soledad de una vida olvidada, de un camino perdido sin principio ni fin. Una dulce niña se acercó al chico. “¿Por qué lloras?”, le preguntó. Él levantó la mirada y al ver a aquél dulce ángel su corazón se enterneció. “Porque no recuerdo mi nombre”, respondió. “Mi mamá me dijo que lo importante no es quien eres si no como eres”. Él se sorprendió, y entonces tuvo claro que aquella niña era un ángel que le iluminaba el camino. Sonrió. “¿Quieres jugar conmigo?”. Ella le tendió la mano y él se fue con ella. Así, finalmente, encontró su lugar.

2 comentarios:

mosco dijo...

sin palabras...
me identifiqué bastante!
muy buen cuento

G. dijo...

Muchas gracias Mosco. Me alegra que te haya gustado :)