viernes, 4 de enero de 2008

Nunca Jamás

Cada noche en mis sueños volaba. Volaba hacia aquella estrella que me llevaba a un mundo nuevo, a un mundo que Nunca Jamás pude imaginar.
Nos conocimos un día normal, en un mundo de sueños, donde éramos felices. Soñábamos juntos cada noche, nos alejábamos del día a día. Lejos del tic-tac del reloj que nos anunciaba el paso del tiempo… El tiempo, aquél que nos hacía mayores a marchas forzadas, a cada segundo, empujándonos a un mundo lleno de decisiones, obligándonos a entrar en un mundo de adultos del que queríamos huir pero nos era imposible.
Las agujas del reloj corrieron, y el tiempo, los días, los meses y los años, con él. Pero nosotros seguíamos teniendo nuestros sueños. Siempre nos quedaría aquella estrella que Nunca Jamás nos dejaría crecer, aquél sitio donde siempre seríamos niños, donde seríamos felices viviendo aventuras inimaginables, rodeados de todo aquello que jamás hubiéramos pensado.
Recuerdo que ahí éramos felices, y nuestra felicidad quedaba reducida a una leve sonrisa de añoranza surgiendo con el sol. Y cada día, esperábamos con impaciencia que cayera la noche, a la que dábamos la bienvenida tras su llegada anunciada por aquella campanilla que nos devolvía la felicidad. Entonces al escuchar aquel leve sonido, el tiempo se detenía. Viajábamos juntos por el cielo, a través de las estrellas, hacia nuestros sueños.
Pero un día desperté, y él ya no estaba a mi lado. Se fue sin dejar rastro. La otra mitad de la cama estaba vacía, y este vacío llenó mi soledad. Olvidó despertar. Ahora estaba en otro mundo, donde sería feliz, donde sus sueños serían eternos. Se quedó en aquella estrella que nos hizo soñar, se quedó esperando a que llegara para compartir nuevas aventuras.
Traté de encontrarle. Cada noche volaba por el cielo buscando aquella estrella, pero no lograba recordar. Y el reloj siguió avanzando. Yo perdí mis sueños. Y tras largas noches aburridas, tras largos años de infelicidad, un buen día, el sol me acarició la cara, pero mis parpados no se abrieron. Al caer la noche, volví a volar… Encontré una estrella que brillaba con gran intensidad, y ahí estaba él, preguntándome porque había tardado tanto. Sólo sonreí, y entré en aquél mundo de nuevo, pero esta vez para no volver Nunca Jamás.

1 comentario:

Thiago dijo...

Estrella de Iago llamando a estrella de G.

¿hay alguien ahi fuera?