Era de noche. Paseaba por el bosque bajo las estrelles con los rayos de luna iluminando mi camino. Encontré aquel árbol mágico, milenario, lleno de sabiduría, y me senté en sus raíces cobijado por aquellas enormes ramas.
Entonces una lucecita se acercó a mi. Abrí la palma de la mano y ahí se posó una pequeña hada. Me miró fijamente y me sonrió, y yo vi el cielo y encontré la paz…
Me habló, me susurró al oído y me hechizó con sus palabras llenas de amor y ternura. Finalmente caí en un sueño profundo.
Los rayos de sol penetraron a través de mis párpados y desperté en mi cama. ¿Había sido un sueño? Pero fue tan real…
Pasó el día. Como cualquier otro. La rutina de mi vida. Cayó el sol y cansado me acosté.
Era de noche. Paseaba por el bosque bajo las estrellas con los rayos de luna iluminando mi camino. Volví a encontrar aquél árbol, y ella volvió a mi. Era todo tan real…
Pasamos muchas noches juntos. Hablando, jugando, divirtiéndonos… Y yo seguía sin saber si aquello era sueño o realidad.
Pasó el tiempo, y yo crecí. Una noche me acosté. Y ya no paseé por el bosque, no volví a encontrar a aquél árbol, nunca volví a saber de ella… Me había hecho mayor.
Ahora mis días se apagan y salgo a pasear. Hace poco me acerqué al bosque. Estaba anocheciendo y yo absorto en mis pensamientos encontré aquél árbol mágico, y entonces ella volvió. Me preguntó porque la había abandonado. Me preguntó si a caso había dejado de creer en ella y yo no supe que responder. Pasamos la noche juntos, recordando viejos tiempos. Amanecía. “Al menos has venido a despedirte. Te echaré de menos.” Dijo. Y desapareció entre los árboles.
Los rayos de sol penetraron a través de mis párpados… Pero esta, vez no desperté.
Me dormí eternamente y creí en las hadas…
domingo, 6 de enero de 2008
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